Lisseth C. Torrealba R.

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domingo, 17 de enero de 2010

DESARROLLO, EDUCACIÓN, PARTICIPACIÓN

DESARROLLO, EDUCACIÓN, PARTICIPACIÓN
Tres elementos básicos de la química sociocultural
El desarrollo, la educación y la participación siempre han formado parte de la historia de la humanidad. Todas las sociedades del pasado y del presente han establecido pautas para convivir, para aumentar las posibilidades de subsistencia de la comunidad, e incluso, para mejorar la calidad de vida del grupo y de los individuos. Los tres conceptos se constituyen en la red primaria de las necesidades más importantes que todos los seres humanos desean satisfacer. Evidentemente, no significan lo mismo en distintos períodos históricos ni tienen el mismo valor para comunidades o culturas diferentes.
Así pues, parece necesario hacer una serie de reflexiones introductorias sobre los tres conceptos tratados
para las personas dedicadas a la educación, a la cooperación o al trabajo en distintos ámbitos de la solidaridad local e internacional, de modo que no nos dejemos engañar por las apariencias de las palabras, cayendo en la trampa tan conocida de creer que basta con invocarlas para resolverlo todo. La historia social es una contradanza de avances y retrocesos, en la que no siempre es posible superar el conflicto entre intereses individuales y colectivos. Desde tiempos inmemoriales, la asociación en grupos ha sido una forma de protección y también una manera potenciar el desarrollo personal y comunitario. Las creencias, las prácticas sociales, las técnicas utilizadas por cada grupo humano, se han transmitido de generación en generación a través de un proceso educativo que lleva dentro de sí tanto el germen de la conservación, como el de la innovación. Expresarse, comunicarse, intercambiar conocimientos, enseñar y aprender comportamientos o ritos sociales, son elementos esenciales para la existencia. Es verdad que desarrollarse es una necesidad vital que comparten sociedades e individuos, pero no es verdad que todos los pueblos entiendan lo mismo por desarrollo, que valoren en igual medida la participación, ni que todos transmitan idénticas formas de conocimiento o unas pautas de comportamiento social aplicables a cualquier contexto.
De ahí que lo que es un buen modelo de desarrollo para unas sociedades no lo sea para otras; y que trasladar un modelo a otro contexto, sea por vía de la convicción y la cooperación, sea por vía de la imposición violenta, genera enormes distorsiones en ambos modelos, tanto en el original como en el que se le superpone. Dejando de lado la interacción de modelos y retomando los tres conceptos de desarrollo, educación y participación, podemos decir que un modelo de desarrollo será la resultante de los diferentes significados que cada grupo humano otorgue a cada concepto. Incluso, dentro de una misma cultura, el significado de cada uno de estos elementos puede ser ambiguo o cambiar radicalmente de sentido en distintos momentos históricos. Por ejemplo, el término “participación” parece indicar democracia, voluntad, acuerdo, compromiso para emprender libremente un proyecto común. Pero paradójicamente, muchas veces la participación masiva ha servido para refrendar un modelo social autoritario, excluyente, represor, basado en la adhesión a la norma por miedo a la libertad. Tal es el caso de las dictaduras europeas de Hitler, Mussolini, Franco, Salazar o Stalin. También “educar” es un concepto polivalente. Se invoca a la educación como la mejor inversión para el desarrollo social ya que, a primera vista, parece que es el instrumento adecuado para satisfacer las necesidades humanas de desarrollo y participación de una comunidad. Quienes son mejor educados, más sabios, de gustos y sentimientos refinados serán aquellas personas capaces de mejorar la sociedad en la que viven. Sin embargo, en diversas oportunidades, los grupos mejor educados han abusado del ejercicio del poder y, como consecuencia, han oprimido a distintos sectores, empobreciendo el desarrollo humano de su sociedad. El desarrollo industrial, que parecía la fórmula adecuada para elevar las condiciones de vida de las personas, es el que más ha explotado a la gente; sin duda es el que más ha contribuido al deterioro y despilfarro de los recursos, renovables y no renovables, del planeta. Por su veloz y violente expansión, es el modelo que más ha distorsionado otros modelos de desarrollo, y el que ha producido los procesos de aculturación más profundos y radicales.
Conviene recordar que los tres elementos con los que estamos tratando son muy complejos. No se pueden minimizar sus evoluciones en distintos contextos, sus posibles cambios de significado, si se quiere huir del reduccionismo simplista. Esta práctica, bastante extendida, sólo se conforma con producir slogans y consignas con la terminología al uso, y se parece muy poco al pensamiento crítico que queremos fomentar. Tras estas reflexiones, de la descripción y el análisis de cada concepto, es posible establecer algunas premisas básicas:
1. Hayan sido formulados con estas palabras o no, estos tres conceptos son inherentes a la vida social de los seres humanos de todos los tiempos.
2. Son nociones impregnadas de las categorías de espacio y tiempo que es lo que provoca no sean inmutables y que sus cambios de significado estén impregnados de historicidad.
3. Son términos polisémicos por definición, ya que no significan lo mismo entre distintas culturas
pertenecientes al mismo período temporal, ni mantiene el mismo sentido a través del tiempo dentro de una misma cultura.
4. El equilibrio entre los tres factores es inestable e implica siempre la consideración de sus elementos antitéticos: el estancamiento (no desarrollo), la exclusión (no participación), la ignorancia (no educación).
1.2. Los ejes de la mecánica social
Ignacio Ramonet (1996) sugiere que el origen de la caracterización conceptual del desarrollo, de la articulación de estructuras sociales y la transmisión de conocimientos, está ligado a los hallazgos de la leyes de la mecánica, que por analogía se utilizan para explicar el funcionamiento social. Para las culturas occidentales se puede situar el nacimiento de los tres conceptos que estamos analizando, entre los siglos XVII y XVIII, en el seno de las monarquías, sociedades autoritarias, de estructuras muy jerárquicas, cuestionadas por el pensamiento científico y filosófico de su época, en especial por los enciclopedistas franceses.
Los relojes, que tanto gustaban a Luis XVI, son aquellas máquinas perfectas a las que la sociedad debe emular para tener un funcionamiento sostenido y armónico. Para los pensadores del S. XVIII toda sociedad humana estaba organizada como una estructura de engranajes jerárquicos de gran precisión. Quedaba bien determinada la función que correspondía a cada estamento social. Romperlo significaba destruir el orden cósmico/social, o hacerle perder la cabeza a Luis XVI.
A finales del S. XVIII y comienzos del XIX, debido a los avances de las ciencias naturales, se sigue considerando a la sociedad como un reflejo de las leyes de la mecánica pero, no sólo de la mecánica del reloj sino de la perfección de los seres vivos. La jerarquía inamovible de la mecánica social se transforma en un organismo vivo. En él, las partes tienen un valor equivalente, más igualitario, menos jerarquizado que garantiza la armonía y el buen funcionamiento de todo el cuerpo social.
Las ideas de los enciclopedistas y fisiócratas, contribuyeron a hacer tambalear a las monarquías y los Imperios, proponiendo un modelo de sociedad basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Era el embrión de la idea de ciudadanía, de participación democrática. Se debilita un orden social al tiempo que surge otro. La sociedad basada en la mecánica inalterable de la jerarquía tiene como oponente y sustituta a una sociedad funcionalista en la que los Estados reemplazan a los reinos. Si Luis XIV pronunció la celebre frase “El Estado soy Yo”, dos siglos después se invertía la idea y el Estado podía proclamar: “El rey soy yo”. Así, el orden social interno, la identidad cultural, las relacione con otros pueblos, las vías de participación, la educación y el proyecto de desarrollo se encarnaban en el Estado.
Es en la segunda mitad del S. XIX cuando se consolidan las ideas ilustradas, los espectaculares avances de la ciencia y la tecnología multiplican las posibilidades de desarrollo y generan el mito del progreso indefinido. En este proceso surgen las grandes contradicciones entre maquinismo y el Movimiento Obrero, la multiplicación de las riquezas y la explotación, los conflictos sociales internos y la expansión colonial. A todo esto se suma la concepción romántica del Estado-Nación, que otorga características antropomórficas a la Patria. Esta se convierte en una madre nutricia que ampara y a la que, al mismo tiempo, hay que defender. La Patria es un espacio físico acotado al que corresponde un paisaje, una cultura, unas costumbres, una lengua, un alma popular con la que todos sus miembros se identifican. Así se fragua la idea de Estado Nación al que se atribuye un destino manifiesto. En definitiva, todos y cada uno de los grupos sociales deben ser preparados para participar en la construcción de la grandeza de la nación. Cada nación enuncia claramente sus peculiaridades para distinguirse del resto por oposición. Las características propias de cada Estado-Nación, determinaron la elección de un modelo de desarrollo que en Europa y América fue el modelo industrial. Estimado bueno para sí mismo, este modelo, en el auge de su expansión, se impuso y fue perjudicial para otros pueblos, generando enfrentamientos entre distintas culturas, provocando la absorción o desaparición de unas por la acción de otras. Así, en nombre del progreso y la grandeza de la Nación, las potencias europeas se repartieron África. Con el supuesto propósito de sacar a otras sociedades del atraso y de introducirlas en la modernidad, este modelo de desarrollo practica la expansión colonial por medio de la cuál destruye y empobrece a otros, so pretexto de asumir la carga civilizadora del hombre blanco.
Desde 1776 hasta 1950, el desarrollo, la educación y la participación han vivido un proceso de cambio en muchas sociedades. En ellas, junto al desarrollo científico, económico y tecnológico, se ha visto crecer el nivel educativo y las exigencias en la formación requerida y, además, se han ampliado las posibilidades y mecanismos de participación social.

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